El aprovechamiento de la fuerza del viento es un recurso conocido desde tiempos remotos. Es difícil saber cuando comenzó el hombre a utilizar esta energía para su uso más inmediato y sencillo: la navegación. Poco y poco, con el correr de los siglos, el viento fue aprovechado de manera más sofisticada. No obstante, no sería hasta principios del siglo XX cuando se comenzó a pensar en la posibilidad de utilizar el viento como materia prima para generar electricidad. Y habría que esperar a la década de los 90 para que la utopía se hiciera realidad.

Los antiguos molinos han adoptado hoy en día un aspecto y un nombre bien distintos. Los aerogeneradores utilizan sus aspas para convertir la fuerza del viento en electricidad. Existen dos tipos básicos: los de eje horizontal, los más utilizados y eficientes, y los de eje vertical.

En España, este tipo de energía ha experimentado un gran éxito, hasta el punto de llegar a ser la segunda potencia mundial en cuanto a producción de este tipo de energía, igualando e incluso superando los niveles de Estados Unidos. No en vano, uno de cada cuatro kilowatios producidos en Europa se debe a aerogeneradores situados en España.

Son muchas las ventajas que ofrece la energía eólica: es segura y renovable, no contamina, sus instalaciones se construyen con rapidez y pueden compatibilizarse con otros usos del suelo. Además, tras su desmantelación, se permite recuperar totalmente la zona. No obstante, es una de las llamadas energías limpias que suscitan más críticas debido a su impacto visual en el paisaje, su impacto sobre la fauna y el ruido que generan las palas al rozar el aire.